Crónica: Miranda de Ebro


Este pasado viernes vivimos la otra cara de los conciertos, frente a toda la diversión que prometen.
Tras meternos en el bolsillo una docena de canciones y todo el material que podáis imaginar nos dirigimos rumbo a nuestro destino, Miranda de Ebro. Pasada la hora y pico de viaje, y dejando atrás un camión en llamas, llegamos a la cafetería donde daríamos el bolo.
Se situaba en una calle céntrica y peatonal, cerca de una plaza muy chula, pero lejos de un sitio donde pudiéramos aparcar. Cosa que habría venido de perlas para no tener que pasear con el equipo ante la mirada de la gente.
Con todos los trastos en el bar nos abrimos un hueco y comprobamos lo difícil que es intentar sonar decentemente cuando no conoces la sala y tus habilidades como técnico son mínimas.
Tras un rato (que entre una cosa y otra termino siendo largo) probando que todo sonase, dimos por valida la prueba y nos fuimos a cenar.
Con las letras de los temas nuevos en la mano y la pizza ardiendo en la otra llenamos el estomago y antes de que nos diéramos cuenta la hora de tocar se nos echaba encima.
Volvimos al bar y tras unos chupitos, cortesía de la casa, para templar los nervios nos subimos a lo que sería el escenario.
Frente a nosotros un puñado de gente perpleja que no sabia lo que se les venia encima.
Calentamos un poquillo el ambiente dejando que la guitarra y el bajo tomasen un poco de su propio aire que expulsaban los amplis, lo que los yankees llaman feedback. En cuanto tocamos las primeras canciones nos dimos cuenta de que algo no iba bien, el volumen de la guitarra según que pasaje no se oía o se oía demasiado, un micro no se oía, otro acoplaba, otro daba calambre, el bajo en el escenario no se oía pero atronaba al público…
La primera mitad del concierto fue desesperante, suerte que con ayuda de los asistentes y un poco de maña pudimos solucionar el asunto y sonar dignamente el resto del show.
Una vez finalizada la actuación pudimos charlas con gente del publico donde conocimos a Jon González responsable del cartel del concierto.
Con las fuerzas recuperadas desmontamos todo el tinglado y lo llevamos de nuevo hasta el coche aparcado, donde nos dimos cuenta que al igual que cargábamos el coche, antes de llegar a casa lo tendríamos que descargar en el local. Así que visto el panorama dejamos para otra ocasión la copa que pensábamos tomarnos con Fernando dueño del Lido café y tras despedirnos retornamos hasta el local de ensayo, donde nuevamente toco descargar y dejar los trastos donde pillamos.
Fue un día duro y cansado, pero mereció la pena, por lo que esperamos repetir.